Nota:
Quise celebrar el quinto aniversario de Tomando Ácido en Reino Aventura invitando a los críticos musicales que más disfruto y respeto en México a escribir sobre los discos de Fobia que quedaron fuera del fanzine. No les di ninguna indicación en particular: sólo que eligieran un disco del grupo. Tampoco edité una sola palabra. Algunxs son más aficionados al grupo que otrxs, pero eso no importa. Lo esencial es escribir de música por amor al arte(harte), ahora que casi nadie lee, ahora que parece no importar, y sobre todo, escribir sin preocuparse por lo que piensen los demás.
En este primer volumen del proyecto, Ricardo Pineda (@ultimodecadames) escribe sobre el primer álbum en vivo de Fobia publicado en 1997: Fobia On Ice.
José Ángel Balmori
Tenochtitlán, temporada de lluvias. Año 2025.
“Esta noticia te va a dejar frío: después de dos años vuelve Holiday on Ice, el espectáculo sobre hielo más famoso del mundo, con su show Evolution y la muñequita Barbie. Boletos al 5325 9000 y en la Arena México… ¡Ho-li-day-ooooon Iceeee!
De los creadores de “no te achicopales porque ya no sucederá pero sí alégrate de que ocurrió”, para las dinámicas de la capital mexicana de finales de los noventa, la segunda mitad de la década comenzó a dar signos de fatiga importante. A finales de los noventa, el Distrito Federal (aún muy lejos de rebautizarse con un toque menos priísta pero igual de impersonal) estaría por tener -justo ahí, entre el ocaso del verano y el inicio del otoño de 1997- ciertos giros de tuerca que le cambiarán el rostro casi por completo.
Al menos en la capital, la izquierda progresista ganaba por primera vez, aunque la fábula de la alternancia vía la derecha más conservadora preparaba su llegada con bombo y platillo. La modernidad y subsecuente pérdida de identidad del populacho a la que tanto se le temía con la implantación de los tratados comerciales internacionales noventeros había llegado; música electrónica y calidad nivel anglo para todos. Además, la clase media jodida-jodidona (como dijera Chava Flores) por fin podía robarse un poco de esa maravilla del hombre blanco satanista tecnológico conocido como Internet, por lo que la forma de acercarse a la música y a la información también quedaría trastocada con una idea truculenta de lo expansivo y democrático.
No es de extrañar entonces el candor e inocencia con la que los más cachorros recuerdan aquel septiembre húmedo pero agradable del Centro Histórico de 1997, cerca de la hora en la que los ambulantes levantaban sus lonas, los taxis pitaban desquiciados, los vagabundos comenzaban a buscar el pipirín y los roquers semidarkiesfresoides emergían de las estaciones aledañas al Teatro Metropólitan: mezclillas y franelas amarradas a la cintura, bandanas negras, greñas largas y quebradas, botas industriales y playeras estampadas. Negro riguroso pero jovialidad extrema. Y pues cómo no, si se trataba del primer gran funeral de Fobia, para muchos la segunda o tercera banda más importante de su generación.
Y no sólo eso. Ese funeral quedaría labrado en piedra a la postre, en un registro discográfico que hoy conocemos como On Ice (nombre de reminiscencia pop espectacular pero con el juego de congelamiento indefinido, muy del grupo pues), el primer disco oficial en vivo de Fobia, no sólo inmortalizaría el canto del cisne de un grupo parteaguas a distintas vías, en cuanto al rock que se había facturado hasta antes de su aparición en México se refiere.
En cierto modo, y a casi tres décadas de distancia, el cierre de la primera gran etapa de Fobia como una familia músical única más o menos inestable, más o menos disfuncional, a la postre funciona de ejemplo de bella condensación de por qué necear con la nostalgia puede ser chance rentable, mas no digno.
Tras conferenciar cómo incluso una compilación como Wow puede ser desangelada, o un esperado regreso puede sonar fuera de contexto y trasnochado -Rosa Venus y Destruye Hogares tiene quizás la desnudés de un oficio letrístico bien gastado, aunque en el caso de Fobia su base de fans es la más defensora y furiosa a tandas ciegas; un lujo que a veces ni Caifanes o Café Tacuba se ha podido dar-, Fobia se ha dedicado a lacerar su propio pasado desde hace poquito más de dos décadas, minando ese argumento que siempre se tuvo de ellos como una banda inteligente y venenosa en el marco del mundo del espectáculo más bobo y chicloso posible.
Sus razones tendrán y en el contexto del agandalle trasnacional (Rockdri Dixit), aquí no se le podría juzgar a nadie por no aprovecharse para retirarse cómodamente. Es cabrona el hambre, pero más quien se la aguanta. Comerciales, date una vueltecita, entrevistas complacientes y a modo para denunciarse -especialmente en el caso de Paco Huidobro- como entes resentidos y semiantipáticos entre sí.
Por eso y muchas cosas más (Holiday On Ice-ven a mi casa esta Navidad), ese primer disco en vivo, fruto intervenido e hibridizado de dos sendas presentaciones de la banda en septiembre de 1997, resulta importante, trascendente y refrescante. Con sus fisuras, inconsistencias y sobre todo triste simbolismo que representa para los más aguerridos seguidores de la banda mexicana, On Ice es en términos emocionales y de registro, el mejor recopilatorio de Fobia: 16 cortes sin tregua, algunos con versiones, devaneos y sobre todo momentos en los que se incorpora al público de manera pertinente.
También es la muestra de cómo sonaba el grupo en ese momento y de qué manera una banda ya grande a nivel nacional ejecutaba un En Vivo, en un mundo que ya daba sus atisbos de automatización, digitalización e hipersaturación tecnológica y cultural (qué pendejos, no habíamos visto nada aún).
Desde el inicio del disco-concierto, On Ice deja en claro el principio y final de sus posturas (o chance sólo las de Huidobro, quién sabe). “Microbito”, el hit más radiable de la banda es la primera rola en ser despachada, con una versión completamente anómala y gaseada por la síntesis, saboreando reminiscencias a la primer Madonna o a los poperíos electrónicos del anglicismo under ochentero, para reventar con una batería muy entrenada pero con aires vergueros, cortesía de un Jay de la Cueva que se graduaba en confianza de su valía como músico y años antes de convertirse en una hipérbole de su propia fábula roquera.
Con ese mismo gas que va intoxicando de a poco la aún tersa audiencia del icónico Teatro Metropólitan (recinto reconocido por más de uno como de los más cómodos e idóneos para un concierto íntimo en la ciudad), “Veneno vil” se deja caer un poco más caótica, con juegos de lira que se dejan caer por unas escaleras, para seguir despachando macanazos e himnos, la cual sería la lógica impronta de la noche.
Con el típico aire moderno y la postura casi fría de una banda que estaba despidiéndose, Leonardo de Lozanne toma el micrófono entre pieza y pieza sólo para saludar, caldear a la gente, intervenir el poco contexto de una rola. Nada de florituras, discursos y demagogias (ya eso comenzaba a aparecer en “Revolución sin manos” y vendría años después en otras oportunidades).
La triada subsecuende de “Fiebre”, “El Diablo” y “Camila” amarran perfecto uno de los pilares en los que se apoya el prestigio de la banda. ¿Cómo llegó a ese grado de perfección un grupo de fresitas que se aferraron a demostrar que son un tanto más gruesos, únicos y diferentes? Fobia pertenece a un México musical que se renegaba de sí mismo, actitud que para bien o para mal se tradujo en la impronta deportiva que haría crecer a las músicas locales alternas a lo vernáculo, pero que también en cierto modo abriría el inicio de su propia muerte; una época en la que había que tocar cabrón, mejorar, negociar para estar arriba del de al lado, ganar más, sonar chingón, más fuerte y claro. Ese grado de exigencia que transforma arte en industria y placer en trabajo. Y ni modo.
camiseta de Fobia On Ice, circa 1997.
El corazón de On Ice -al menos para quien estas líneas escupe- lo alberga la mano de canciones venideras, con la cual Iñaki, Cha, Leo, Jay y Paco, así como todos los que han estado antes, después y detrás del fenómeno Fobia, podrían echarse a dormir cómodamente, al menos hasta ese ocaso de 1997: un mano a mano emotivo, nostálgico y supremo entre “Regrésame a Jupiter” y “Descontrol” (canción que además cuenta como el único video-registro visual del concierto), para luego acabar de matar los corazones con “Puedo rascarme solo” y “Dios bendiga a los gusanos”, dos de las grandes letras de Fobia, para cerrar el tabique con “Los Cibernoides”, levantón que hace lucir a Jay de la Cueva como el gran ejecutante que ya era, además de enseñar el chon hacia el primer óxido humorístico de la banda. El rock, wey.
La recta final continúa con fiesta rock y arrojos ragga-punky-party con la brincona pero entonces aún fresquita “Mira Teté (Mientras más te fumo más te quiero)”, “Perra policía” y “Revolución sin manos”. El concierto termina tremendo y con un epílogo que va de épica oscuridad a la belleza íntima. Es la vampírica, romántica, diferenciada de casi todo el catálogo Fobia de “El Crucifijo”, la que sirve de portal para que el amor entre en casa con “Hipnotizame” y termine con una muy rock-vaquerito en “Vivo”, cerrojo de peso con el cual la banda pondría el primer punto final de varios.
A la distancia, On Ice se figura como un candado de oro deseable con el cual, quizás, la banda pudo haber quedado inmaculado en su grandeza de forma más prístina, teniendo un terreno aún fértil para otros proyectos, ánimos e ideas y no para regresar al desánimo, la necedad y la autorreferencia que tanto puede lacerar el mismo legado de un grupo. Sin embargo, y en su defensa, Fobia ha sabido airearse mejor que, digamos, Caifanes, quienes durante un tiempo perdieron su nombre volviéndose raros y dispersos, para luego recuperarlo y no hacer nada más que dinero con conciertos espantosos, mostrándose lo mucho que ya se odian entre sí. O como Café Tacuba, que siguen una inercia cada vez más opaca, o como Maldita que no ha creado una canción memorable en décadas. Y así, y así y así…
Suponemos que lo mejor es resistir la narrativa de genialidad de Huidobro en entrevistas cansinas e infantiloides, más que entrar en el umbral de un proyecto digno desde cero (todo por servir se acaba). Pero lo importante fue el viaje, haber sido testigo de un presente que olía mucho a futuro: cuatro discos de estudio y un adiós en vivo como registro de una de las mejores bandas de rock mexicano de los noventa; ese rock todo mestizo, medio fresa, cinicote y masivote, que pudo trascender unos tiempos aparentemente bien culeros, en donde lo abiertamente fresa y masivo era otra cosa harto incómoda e insoportable.
Hoy, gran función: grandes payasos en escena; elefantes prematuros y magos que detienen el tiempo. Cinco músicos en escena y grandes trucos. ¿Música o espectáculo? Entre y pase a ver. Esta noche: despidos en falso y un bello recuerdo que ya no fue.
Pindeux:
Ricardo Pineda es periodista, locutor y estratega digital. Su trabajo ha sido publicado en medios digitales e impresos como El País, La Tempestad, Gatopardo, El Financiero, Forbes, Expansión, Wire (Reino Unido), Marvin, entre otros. Ha formado parte de los equipos de Resistencia Modulada (Radio UNAM), NoFm y Festival Aural y también se ha desarrollado como conferencista y docente (Gobierno de México, PicNic, Nodo, EBC). Actualmente vive en CDMX y sus colaboraciones musicales pueden leerse de forma regular en El País México y el Substack @ultimodecadames





